domingo, 29 de junio de 2008

encuentro entre el automóvil y la belleza de una mujer


Viernes. 14. septiembre. 2007. viernes. 12.59 dice el reloj en la pantalla. En mi muñeca 13.03. A las claras, hablan de mi desincronización. Hace ya 5 días que llueve y que no puedo digerir absolutamente nada sólido. El automóvil que me traslada desde hace 7 años, ayer (ayer: 13, no podía ser ni 14 ni 12, sino 13…) mientras sus ruedas traseras comenzaron a temblar más y más y más, dijo: suficiente, querida. Pues heme aquí atravesada por la luz gris del cielo, inmovilizada, a excepción de saber que aún cuento con mis pies y mi cabeza.

Y sí. Dijo basta. Suficiente. Harto. Será que para mí el auto es tan sólo un medio de transporte. Ahora lo pienso y recuerdo que hace más de 2 años, el tanque de gas circula con él graciosa y ociosamente. Resultó ser trucho. Como tantas otras cosas de éste, mi querido país; yo, ¡argentina hasta la muerte! También vienen a mí las imágenes de botellitas, latitas, tickets del peaje, papelitos de caramelochupetínchicle que, a quienes amorosamente nos traslada, le dejamos día tras día como recuerdos. Lo hacemos porque lo queremos y para que no pase la noche afuera, tan solo. Una justificación poco legítima. Pero, dado que mis contribuciones en estos últimos 5 días han mermado considerablemente, disculpable.

Entonces escucho, a lo lejos, la voz impetuosa que me empuja “Tu auto es un asco. ¿Por qué no lo llevás a lavar?” Y, sí. Soy una incomprendida. El auto es para que me lleve y me traiga. No para andar con derroches de tiempo llevándolo a la peluquería. Para eso estoy yo. Para que alguien se tome aproximadamente 55 minutos alisándome el pelo y que en 5 la lluvia haga de las suyas devolviéndole su genético aspecto rizado. A este infortunio hay que yuxtaponer a la amiga cómplice que, como al pasar, envía un mensaje de texto diciendo “despeinada”, (nada puede hacer el pobre palito ortega más que empalagarnos con su… su… ay … no encuentro palabras para adjetivar su música… qué dilema; su canto no consuela). Y escuchar comentarios de mujeres que, como si nada, te miran lastimosamente y verbalizan: Ayer, el pelo lo tenías mejor… qué te pasó? Nada, boluda. La lluvia. O no te diste cuenta (esto sólo lo pienso... no es correcto acusar el impacto; mejor hacerse la que no pasó nada… o sí?) La lluvia arruinó mi pelo mas no lavó mi auto.

Bueh… me fui por las ramas de mi pelo, con quien hace 41 años que no convivimos felizmente. Sólo nos “toleramos”. Y mejor no hablar de ciertos pelos que un buen día dicen: ¡aquí estamos!! (Llegó la vejez.) Y, ¡zac!: la tintura. Hablando de tintura, recuerdo que mi pobre auto también necesita “chapa y pintura”. La insensatez de la avenida del Libertador tiene cosas que a las mujeres nos perturban: muchos hombres apurados manejando sus autos como si fueran a algún lugar. (Apurados por qué? Para qué??? Adónde se dirigen atrapados en sus trajes, ahorcándose con corbatas?) Y, nuevamente la incomprensión: ¡no pueden esperar a que una se termine de poner rimel cuando el semáforo ya está en verde? Qué los atosigará tanto…y crash… el guardabarros delantero izquierdo voló junto al espejito retrovisor al paso de una 4x4 negra que se hartó de la espera. ¿La culpa? Y… la tienen ustedes, los hombres. Que nos quieren lindas… esperándolos cual geishas para introducirnos. No, señores. Yo no tengo la culpa. DE NADA!!! Tampoco de mi propia desesperación.

Nuevamente aquella voz, su voz, empujando mi existencia: Cómo te chocaron? Te arreglé todo el auto hace 2 meses. Dos dos dos dos dos dos dos dos. El dos retumba. Me lesiona el semblante, el dos. Mejor ni le cuento que al levantavidrios también se le ocurrió romperse. Y, que hace semanas, ya no sé cuántas, el viento helado no quema mi terrena materia, gracias a la solidaridad indispensable de una goma de borrar (dibujito de winnie the pooh incluido), que sostiene el vidrio prodigiosamente.

La cuestión es que desde ayer, 13, fatídico jueves 13, el auto, ese auto sucio, mi auto, no me quiere llevar ni traer. Desde acá arriba, en un mundo que supe crearme, lo miro con fastidio… Pero acá, arriba, me abstraigo por instantes y disfruto eterna mi presente. Ahondándome en mis libros, en una canción que suena en mis auriculares a movimiento, a andar… En cientos de papeles, papelitos; blocks de hojas pequeñas, medianas y enormes donde mis lápices garabatearon palabras. En letras de canciones, letras que me escriben o que escribo. Me escoltan innumerables versiones de bocetos, textos a pulir, frases sin sentido. Un destornillador (me pregunto por qué tendré un destornillador aquí a mi derecha…) Reglas, muchas reglas. De metal, de plástico, rectangulares, triangulares y, si las hubiera, redondas. Lápices hb, b, 2b, hasta llegar al 6b; portaminas 0.5, 0.7, marcadores al agua e indelebles, lapiceras, biromes (con los más inverosímiles isologotipos que les hiciera estampar). Y dos compañeros infaltables: el cutter y la cinta bifaz. Cajas, cajotas y cajitas; de madera, de cartón, de acrílico, forradas y sin forrar. Todas ellas con una delicadísima función: hacer que pierda la cordura tratando de encontrar algo. La tijera del costurero, la tijerita con puntas redondeadas de mi hija y otras tijeras más. El celular que no suena. El inalámbrico, que tampoco suena. Un cenicero repleto de cenizas que me pide por favor, descansa alegremente con la compañía de un jarro de café ya frío. Un calendario está clavado en el mes de marzo, como queriendo apaciguar el tiempo. Allí, impreso, flota Fontanarrosa: “Se puede hacer una armadura de papel. Pero no te pelees.” La ventana que transpira lluvia, donde me reflejo y me encuentro con mi pelo. La modesta biblioteca que supe armar con mis propias manos; la que luego pinté, lijé y barnicé meticulosamente con todo mi amor, hasta que mis manos gritaron su dolor. También el escritorio inglés, solemne cedro que fuera de mi abuelo, papá Carlitos, el Dr. Carlos Alberto Enrique Sáenz Castex, Capitán de Navío, Médico. Lo salvé en 1980 de perderse en un remate de Guerrico & Williams sobre la calle Posadas. Entró justo debajo de la lucarna que, sobresaliendo del techo, mira al oeste desafiando la orientación, penetrando lo impenetrable. Otro hecho que confirma que no hay casualidades. Tengo que encolarle una pata. Juntos, el escritorio y yo, queremos peinar el cielo. Aquí sobre él, mi alma vuela hacia mí misma. Los recuerdos eligen mi soledad bailando suave. Junto a las ausencias que tan sólo el escritorio puede revivir en estos días, amo mi tiempo. Aquí despierto mi vida. Y duerme la cotidianeidad, hasta que nuevamente mis ojos se encuentran con su presencia: mi auto azul.

No voy a someterme a hacer una autocrítica… jamás! Su obligación es esa. Llevarme y traerme. Traerme y llevarme. Punto. Yo adentro. El por fuera de mí. (Esto es un contrasentido propio de su naturaleza). ¿Cuánto hace que no le cambio el aceite? ¿Más de 6 meses? Pobre… 264.000 kilómetros de andanzas. ¡FUERA!, autocrítica. Esas cosas son para los hombres. Ni hablar de la correa de distribución. ¿Será que el auto les agranda la existencia? Lo miran y miran… lo lavan… lo cuidan… lo quieren… lo llevan, ellos llevan al auto… (se figuran que manejan, je.) Tal vez si comprendiera porqué los autos son algo tan importante en la vida de los mortales masculinos, no estaría aquí arriba, sentada, mirándolo, pensando que el lunes tendré que, finalmente, tomar impulso, dirigirme al taller mecánico, escuchar términos incomprensibles, rogar que no me metan el perro, para luego relajarme y tomar un remís al centro. Que, por supuesto, habrá de llevarme a destino. Mi único objetivo con un auto. Y con mi pelo.

sueños...

"Sueño con poder suceder a Perón", Carlos Eduardo Robledo Puch, (condenado por la Justicia a reclusión perpetua por diez homicidios agravados, un homicidio simple, 17 robos y dos casos de abusos deshonestos cometidos entre 1970 y 1972).

Je! Soñemos, soñemos. Que nos mantiene vivos.

viernes, 20 de junio de 2008

billetes al sol


Fotografía gentileza: Mónica Meda


Me hace bien mi soledad cuando mis ojos encuentran trapitos sucios al sol. Cobran sentido aquellas lejanas noches cuando el hambre desveló mi estómago en horas eternas.

Sobrevivir esas vigilias antaño me permiten hoy compartir el desierto en mí.
Los billetes, ajenos.

Nada me arrodilla. Nada me asusta.



jueves, 19 de junio de 2008

martes, 17 de junio de 2008

a marcelo


Mío tu llanto
por tiempo que no es nuestro.
Es tiempo de llorar tiempo.

Con color a muerte
emergen danzas firmes
por bajar tu persiana.

La voz acotada,
sin canto,
sin color,
aúlla en el viento sus sordas plegarias
por más tiempo.

Súplica de nada,
de cuatro años, que son todo.
Y, sin embargo, son tan nada.

Cuatro años de luz
(tu anhelo y el mío).

Y allá lejos,
allá en la esquina que dobla en la calle
Cuatro Años
toma café la persiana pesada.

Tan lejos.
Tan cerca.

lunes, 16 de junio de 2008

a mi padre biológico




Eficiente escondite, aquel
forjaste.

No lo hallé antes
no lo encuentro hoy.

Búsqueda infortuita
de recuerdos
que no recuerdo.

Lejos
tu inalcanzable secreto
circunda
(acá)
el lindante afán por desterrarte.

Pero este anhelo ruge gaitas…
El temple
te atenaza…

¡Este arrugado empeño
por atrapar
tu piel
en la mía!

no hay mejor reforma agraria que la familia



Hace escasos veinte días me llegó por mail una carta abierta del Intendente de Inriville, bregando por intereses propios a los de una república federal, contrarios al aumento de las retenciones a la soja que el Gobierno impuso arbitrariamente. Esa carta me hizo recordar este episodio de amor que ocurrió quince años atrás.

Corría el año 1993 en este país que supo jactarse de ser el Granero del Mundo. Un país históricamente bifurcado, por intereses que generaron en su seno el odio, como el alma de una casi-mujer que se debatía en asimilar su propia existencia, también dividida.

Dice cierto filósofo que la misericordia es la virtud del perdón, y su secreto, y su verdad. La misericordia, anula el odio. Su máxima sería: allí donde no puedes amar, deja al menos de odiar.

Sin saberlo entonces, la división interna de la muchacha se debatía allí. Cómo no odiar el alcohol; cómo no odiar lazos sanguíneos que vieron en el poder de una botella la oportunidad de enriquecerse; cómo no odiar la supremacía de la injusticia… ¿Es injusticia aprovecharse de una débil víctima del alcohol? O el valor supremo por estos tiempos todo lo justifica… ¿Se equivoca quien no puede ver? ¿Acierta quien ve dónde hacerse del dinero a cuesta de debilidades ajenas?

¿Podría haber lugar para el amor en aquel año donde mucho estaba perdido?

La carga era gruesa. Esos ojos de apenas 25 años debían encontrar una salida al derrumbamiento estrepitoso de su estirpe terrateniente. Puerta tras puerta se cerraban soluciones, componiendo un ritmo musical lúgubre al son del atardecer que no devendría en una aurora promisoria.

El hoy Intendente de Inriville, su entonces enemigo, fue el cerebro de la maniobra de usurpación; como acarreaba su propia sangre, el ardid provocó en aquella mujer un padecimiento contradictorio. Ilusa, fue a su encuentro a buscar respuestas donde no habría de hallarlas nunca (aunque su intención había sido la de provocar lo inverosímil: un atisbo de solidaridad).

Devastada, se dispuso entonces a buscar dentro de sí, algún dejo de valentía como compañero para enfrentar lo que vendría.

Su anhelo era recuperar lo perdido. Un campo que la vio crecer, ahora arrebatado ante sus propias narices y por su propia sangre. Símbolo que, bien podría decirse, consistía en mucho más que una raíz. Observando el panorama y aun siendo ignorante en botánica, puedo aseverar que difícilmente algo pueda sobrevivir sin raíces. Pero, ojo que hasta aquí hablo sólo de sobrevivir; conozco quienes sobreviven la vida aún muertos-en-vida; mi mayor preocupación se centraba en la mezquina contingencia de que aquella joven tropezara con algún consuelo que le permitiera sentirse viva.

Hay seres que nacen con una inagotable fuente de energía que tal vez radique en el amor. Ella puede haber pertenecido a esta raza en extinción.

¿Qué es el amor?

Todavía no lo tengo muy claro. Sólo la observé en esos casi 12 meses de deambular por un campo que ya (casi) no le pertenecía. Allá fue, contra toda tempestad. Encontró amigos en los briosos brazos de las personas más humildes y puso su cuerpo a las inclemencias del clima y del agobio económico.

Caminó kilómetros y kilómetros para tan sólo hacerse de agua potable. Encontró sus delicadas manos llagadas luego de dos días de descargar y cargar tejas para hacerse del soez billete. Escopeta en mano, sacrificó animales para evitarles el padecimiento de un lento agonizar. Otras tardes hubo de enfrentarse con águilas negras que portaban armas para amedrentarla. También se encontró en madrugadas en las que el sol no alumbraba y más difícil le resultó enganchar hélices o enfardadoras al tractor. Eran aparatos harto pesados, no sólo para su fémina condición, sino para su solitaria tarea. No lo logró en el primer intento; tampoco en el segundo ni el tercero. Lo logró su obstinación ante la necesidad asfixiante. Pero sus ojos, vidriados por el dolor, aún traslucían la mirada inocente del amor.

Esa que el Gringo vio un mediodía cuando ella se disponía a atravesar a campo traviesa para acortar su caminata con el bidón de 10 litros de agua.

-¿Vas para el chalet?

-Sí.

-Te llevo…

-No, gracias. Está bien. Me gusta caminar.

-Dale, subíte que te llevo. Eso pesa mucho.

Y se subió, no sin vergüenza, al Renault 18 color rosa parís. Se enteró de que el Gringo había sido chacarero de su familia tiempo atrás. Pero, también supo que su propia familia los había echado sin piedad. El dinero cambia de dueño porque la mesa es redonda y así los tiempos terminan por modificar las costumbres. Ahora ella podía compartir el dolor que punza cuando te arrancan de tu tierra.

Fui testigo de que hubo casualidades que no eran tales. Vi al gringo circulando por la ruta 6 sin destino alguno, mas que el encontrarla caminando para llevarla al chalet, sobrenombre que los del pueblo dieron a la estancia Santa Regina. Los viajes dieron paso a nuevos viajes cuya única ventura, quizás, consistiera en hallar consuelo en el amor.

Finalmente, la casi mujer perdió el campo. Su lucha no fue victoriosa en el sentido económico. Tampoco en el sentido existencial que ese campo tenía para su propio vivir. Pero encontró otro sentido. Y, creo, supo perdonarse.

Vuelvo ahora al mail que me trajo estos recuerdos… Cómo es posible que alguien sin escrúpulos, que fue un instigador que abusó del alcohol para apropiarse de lo que no le correspondía, hoy reclamara al gobierno (bastante tuerto, por cierto) por los derechos de los habitantes de su pueblo, si ni siquiera respetó los derechos de su propia sangre. En aquellos años 90, el hoy intendente de Inriville, arrasó con su propia familia, pero también arrasó con más de 15 familias de colonos, que desde hacía 50 años trabajaban de sol a sol en las chacras de aquella estancia. Me pregunto si es posible que alguien, que no posee el amor, con el tiempo modifique la dirección de su accionar.

Tomé el teléfono y llamé al Gringo. Quería saber qué andaba pasando por esos pagos. Me contó que ahora era concejal de Inriville, por el partido de la contra del Intendente (algo que me reconfortó). Su negocio de venta de maquinarias agrícolas, desde que dio comienzo el conflicto por las retenciones, era un fiasco. Y, por ello, formaba parte del piquete rural en la ruta 6 y el cruce a Baldissera.

-¡Parece que en esa ruta está tu destino, Gringo! - le dije con complicidad.

-Calláte. Este mes cumple años. Si no me equivoco, 42. Hace 14 que no sé nada de ella.

-Yo tampoco.

El Gringo me contó que había votado a Cristina Kirchner como presidenta y que no daba crédito a cómo estaba gobernando (esto me lo dijo con indignación). También me preguntó si el 25 de mayo iría a la manifestación del agro a Rosario.

No respondí en ese momento. No tenía una posición acerca del ridículo enfrentamiento que por estos días, una vez más, nuestro país estaba viviendo. ¿Una resucitada división de odios? Oligarcas terratenientes golpistas versus un gobierno peronista (¿peronista? ¿Qué es el peronismo, hoy?) Pensé en el Gringo que sólo había terminado el sexto grado de primaria, hoy devenido en concejal. Nada tiene el Gringo de oligarca, menos de terrateniente y menos aún de golpista. Pero… ¿y el Intendente de Inriville? De éste sí me permito dudar sobre las intenciones descriptas en el mail que estarían encubriendo mezquindades propias a las de un propietario de gigantesco pool de siembra como el que presidía en su actividad privada. Cinco meses atrás, las diferencias políticas los enfrentó. Hoy se encontraban ambos del mismo lado. Pero, ¿luchaban por lo mismo?

Más allá de esta circunstancia no casual, me indigna la generalización, la siembra de fantasmas del pasado que en nada reflejan la nueva realidad social de nuestra ruralidad.

Desde la charla telefónica con el Gringo, los golpes verbales del gobierno fueron cada vez más bajos. Debatí internamente si debía o no ir a Rosario. Si participando no estaría cayendo en las garras de quien intenta dividir, una vez más, por qué no, a nuestro país, ya que pareciera que ese es nuestro único destino. Finalmente fui. Las razones de encarar 300 kilómetros a apoyar al campo las encontré en buscar un país sin tanta mentira. En bregar por un país con justicia social en serio. Por aportar un granito de arena para mi utópico sueño en el que yo ya no tenga que recaudar fondos para una ONG de origen extranjero que sí puede atender a cientos de niños víctimas de la pobreza en nuestro país. Fui porque a la Patria, la hacemos todos, por una Nación en serio (qué paradoja: los slogans de nuestros actuales gobernantes).

De Rosario, me quedo con la frase de Belgrano: “El mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquel que hace a la felicidad de los pueblos”. Pero también con el abrazo del Gringo; un abrazo, una lucha genuina.

Mis intenciones fueron producto del amor, en su significación de “ágape”. Pequé de inocencia al pensar que si la manifestación cobraba dimensiones contundentes, el gobierno podría rectificar el rumbo en pos de la unión de los argentinos, dejando atrás el odio.

Una vez más, me siento una idiota. Con el correr de los días desde el bendito mail, mi conflicto interno sigue ahondando por respuestas que no encuentro. Y no vislumbro señal que pueda encauzarlo. Una vez más cuestiono mi mirada inocente. Cuestiono que hoy pueda alguien acusarme de haber agitado aguas que se han convertido en nuevo génesis de la profundización de nuestra división como argentinos. Me pregunto si aquella casi-mujer habrá logrado perdonar al Intendente de Inriville. Me pregunto si ella habría ido a Rosario. Me pregunto si tendré que perdonarme como ella lo hizo ante su fracaso.

Pero el peor juez de mis andanzas, esta vez fue una niña de seis años. Mi hija, ayer por la noche me preguntó:

-Vos, ¿votaste al campo o a Cristina?