domingo, 24 de octubre de 2010

¿Dónde? Aquí.


- ¿Dónde está Segismundo?- la voz femenina infantil inquirió al cachorro.
Pinocho, como buscando algo en la oscuridad, alzó las orejas, irguió la cola y ladeó la cabeza hacia ambos lados unas cuantas veces. Pero su flequillo y la escasa luz reinante impidieron el encuentro. Volvió a dormirse a mis piés.

Esto que narro es la última escena que presencié antes de que el sueño me ganara la batalla y cerré a Gombrowicz con el consuelo de que mi despertar tendría un buen comienzo.

Al día siguiente me despertó la luz del sol. Allí fui por un café y volví a recostarme en la cama con el temor de que la vista me jugara una mala pasada. Los anteojos. Un cigarrillo. ¿Podré leer? ¿Podré encontrarme con él en esas páginas? Siempre el miedo que acecha desde algún dolor que está escondido en el placard. No. Sí. O no y si. Ahora tengo luz en mi dormitorio; aquí está. Sí, está aunque no esté.

Terminé las novecientas páginas del libro en donde siempre lo encuentro. En el baño me esperaba un charco que dejó una de mis criaturas porque se quiso duchar antes de salir. Aquí también está, pensé calculando cuántos años pasaron desde la última vez que mi hijo usó esa ducha. Y me lavé los dientes mirándome al espejo mientras me veía reflejada en el otro, el de aumento redondo que me regaló tiempo atrás. Aquí está.

La carmela. La cocina. Los platos. ¿Qué voy a leer ahora?

-¿Qué vamos a comer hoy? Pollo, pensé pensando en él yendo a la rotisería de Cardales.
-¿Qué vamos a comer?, ma...- Pollo, contesté.
-¿Va a alcanzar?- insistió la voz masculina. Espero que sí, pensé.

La carmela. El pollo en el horno. Los platos limpios.

Salinger. Sí, Salinger. Allí también está. Pero sólo unas cien páginas porque... La carmela. Lavarme el pelo. La ducha.

Mientras el agua me lamía la espalda me encontré allí una vez más con él. Recuerdos de una ducha de-a-dos a medias. Está en los cueritos de las canillas.

La toalla en el piso. La pollera de colores vibrantes en el valet que descuelgo y me va enroscando la cintura. Sí, así le gustaría verme, pensé.

Me espera Salinger. Leí unas cuantas páginas más. Me distraigo fácilmente pensando en que si me viera no duraría mucho tiempo con la pollera puesta. Y escribo esto mientras recuerdo dónde está Segismundo.

Aquí.

viernes, 25 de junio de 2010

Mi niña Lola


Pienso en aquella soledad que me erizó la infancia; ésta que me busca a mí; y yo busco al otro a quien amar para que me amen como a la niña Lola en el anhelo de desprender este chicle pegoteado dentro de mí. Arrancar su ausencia para encontrar mi soledad. Aquellos ojos que no miraron son los que adentro en el abismo del silencio sin fondo hacen que la desesperación no pueda vivir sin la mirada de ese otro.

Dime porque tienes carita de pena
Que tiene mi niña siendo santa y buena
Cuéntale a tu padre lo que a ti te pasa
Dime lo que tienes, reina de mi casa
Tu madre la pobre, no se donde esta

Dime lo que tienes
Dime lo que tienes
Dime lo que tienes
Dime la verdad

Mi niña Lola
Mi niña Lola
Ya no tiene la carita del color de la amapola

Tú no me ocultes tu pena
Pena de tu corazón
Cuéntame tu amarguras
Pa consolártelas yo

Mi niña Lola
Mi niña Lola
Se le ha puesto la carita
del color de la amapola

Siempre que te miro, mi niña bonita
Le rezo a la virgen que esta en la ermita
Cuéntale a tu padre lo que te ha pasao
Dime si algún hombre a ti te ha engañao
Hija de mi alma, no me llores más

Dime lo que tienes
Dime lo que tienes
Dime lo que tienes
Dime la verdad

Mi niña Lola
Mi niña Lola
Mientras que viva tu padre no estás en el mundo sola.

sábado, 19 de junio de 2010

Las distancias con Pinocho


Saqué con mis ojos aquellas fotos que no hizo.
La ruta se hizo de una eternidad que ya no quisiera transitar aún en esta otra tristeza de saberme no-eterna.
Tal vez fue transitar el ansia de deshacerme de las horas sin él.

Y allá, los haces de luz que doraron un eucalipto: una naturaleza muerta por palpar esta distancia que sí sé no quiero sea mía.

Una tarde que no fui.
Tarde que miré sin ver cada curva de un paisaje que no era nuestro.
Esa tarde de la Pampa me pinchó como el alfiler que se hundió entre la uña y la carne cuando busqué el encendedor en la cartera.
Un cigarrillo cuyo humo buscó en vano que bajara el vómito en mi garganta.
Pinocho gimió. Lo bajé del auto; hizo pis.

viernes, 19 de marzo de 2010

Un hombre de espaldas



















Un hombre de espaldas
pero su mano...
su mano se siente.
La siente el criollo entregado.
La siente mi hermana equis.
La siente la anchura de la Pampa
y la acaricia
la sumerge
la anida
como mi alma pampa.

A sus espaldas
el viento teje canciones
con las crines de apegos
que observan holgura:
la suya.

En cada nube
cada pastizal
habita su esencia.
Inunda con fragancias el atardecer manso
como sus espaldas
como su frente.

Dicen del gaucho que sueña soledad...
Estas espaldas
levan compañías
que allí, en sus espaldas,
se guapean
(como mis ojos).

En su inmanencia
no hay territorio para la soledad.
Y cuerdas amigas susurran
en el canto su trascendencia.
Como éstas
que rasguean las letras
de María, Juan,
letras que componen mi tímido nombre
a sus espaldas.

sábado, 27 de febrero de 2010

la madre, el hijo, la escuela y los libros


Resulta que los jóvenes no leen. Será cierto? No me consta.

Sí me consta que mi hijo no disfruta como yo de la literatura. A veces me consuelo pensando que los libros que ha de leer no son buenos. Y todo esto me evoca tirada en el piso sobre una alfombra de colores leyendo a Mujercitas, Sandokan, 2000 leguas de viaje submarino, Azabache... y las horas que pasaba así flotando en vida junto a mi colección amarilla "Robin Hood", hasta que una voz me ordenaba dejar la fantasía para sumergirme en la bañadera (real, húmeda y cruel al momento de desenredarme el pelo).
En vano insisto en armarles una biblioteca donde ordeno (y ellos desordenan) sus libros. Cuando veo que Alfaguara anda detrás de ellos, siento que tal vez exista el camino.

Pero no. Anoche, mientras disfrutábamos de un potpourrí de recachos party a la hora de la cena, el llanto a borbotones quebró mi alma.
Intenté no demostrar preocupación ni simbiosis alguna con sus sentimientos de angustia. Escuché atentamente, tal vez por darle tiempo a mis ideas para que se ordenen (o desenreden de la maraña de sensaciones encontradas que pululaban por mi ser).
- ¿Por qué en vacaciones tengo que leer 450 páginas? ¿Qué son las vacaciones? ¿Quieren que odie leer? Yo quiero descansar en mis vacaciones.
- Rey, la idea es que descubras la lectura. Leer es maravilloso, leer es imaginar un mundo irreal...
- Leer es aburridísimo, ma! Me quedan cuatro días de vacaciones y no me los voy a pasar leyendo. No entiendo nada!
El tono de voz se elevó hasta alcanzar el altillo que con sus ecos perturbaba aún más el clima potpourrí.
Intenté una vez más ordenar mis neuronas. Callé. Escuché y escuché las protestas que caían del cielo como la lluvia del otro día y anhelé me evacuaran de semejante inundación aunque fuera en un bote inflable como el que "Haciendo Buenos Aires" usó para cruzar a los vecinos por la Juan B. Justo.
Ante mi silencio los gritos fueron mermando de a poco hasta que mis oídos recuperaron el sonido del croar de las ranas y uno que otro grillo.
- Hagamos algo -propuse.

Y ahora me cuestiono. Me cuestiono leyendo a "Charlie and the Great Glass elevator" de Roald Dahl. Cuestiono mi sobreprotección. Cuestiono la enseñanza. Cuestiono si además de laburante, madre, mujer... también debo ser maestra.

Perdida entre las líneas estallo a carcajadas. La cabeza de mi hijo aparece asomada a la puerta y pregunta de qué me río tanto. Y me obliga a interrumpir la lectura que no quiero abandonar ni medio segundo:
- Del libro sobre el que vamos a conversar e intercambiar opiniones hoy a la noche cuando comamos.