sábado, 27 de febrero de 2010

la madre, el hijo, la escuela y los libros


Resulta que los jóvenes no leen. Será cierto? No me consta.

Sí me consta que mi hijo no disfruta como yo de la literatura. A veces me consuelo pensando que los libros que ha de leer no son buenos. Y todo esto me evoca tirada en el piso sobre una alfombra de colores leyendo a Mujercitas, Sandokan, 2000 leguas de viaje submarino, Azabache... y las horas que pasaba así flotando en vida junto a mi colección amarilla "Robin Hood", hasta que una voz me ordenaba dejar la fantasía para sumergirme en la bañadera (real, húmeda y cruel al momento de desenredarme el pelo).
En vano insisto en armarles una biblioteca donde ordeno (y ellos desordenan) sus libros. Cuando veo que Alfaguara anda detrás de ellos, siento que tal vez exista el camino.

Pero no. Anoche, mientras disfrutábamos de un potpourrí de recachos party a la hora de la cena, el llanto a borbotones quebró mi alma.
Intenté no demostrar preocupación ni simbiosis alguna con sus sentimientos de angustia. Escuché atentamente, tal vez por darle tiempo a mis ideas para que se ordenen (o desenreden de la maraña de sensaciones encontradas que pululaban por mi ser).
- ¿Por qué en vacaciones tengo que leer 450 páginas? ¿Qué son las vacaciones? ¿Quieren que odie leer? Yo quiero descansar en mis vacaciones.
- Rey, la idea es que descubras la lectura. Leer es maravilloso, leer es imaginar un mundo irreal...
- Leer es aburridísimo, ma! Me quedan cuatro días de vacaciones y no me los voy a pasar leyendo. No entiendo nada!
El tono de voz se elevó hasta alcanzar el altillo que con sus ecos perturbaba aún más el clima potpourrí.
Intenté una vez más ordenar mis neuronas. Callé. Escuché y escuché las protestas que caían del cielo como la lluvia del otro día y anhelé me evacuaran de semejante inundación aunque fuera en un bote inflable como el que "Haciendo Buenos Aires" usó para cruzar a los vecinos por la Juan B. Justo.
Ante mi silencio los gritos fueron mermando de a poco hasta que mis oídos recuperaron el sonido del croar de las ranas y uno que otro grillo.
- Hagamos algo -propuse.

Y ahora me cuestiono. Me cuestiono leyendo a "Charlie and the Great Glass elevator" de Roald Dahl. Cuestiono mi sobreprotección. Cuestiono la enseñanza. Cuestiono si además de laburante, madre, mujer... también debo ser maestra.

Perdida entre las líneas estallo a carcajadas. La cabeza de mi hijo aparece asomada a la puerta y pregunta de qué me río tanto. Y me obliga a interrumpir la lectura que no quiero abandonar ni medio segundo:
- Del libro sobre el que vamos a conversar e intercambiar opiniones hoy a la noche cuando comamos.