lunes, 16 de septiembre de 2013

Hola Galindez

Hola Galindez, 
siempre sospeché que eras un gordo cachafaz. Pero nunca pensé que tan cachafaz como para irte a dar vueltas con las nubes antes de tiempo. Y me enojé, me enojé mucho, Galíndez. ¿Cómo se te ocurre que yo iba a poder empachar a nuestros hijos con el amor que vos les desparramabas?
Pero, antes de llegar a ese enojo, tuve que sacudir el pelo, las uñas, la piel entera para sacarme de a jirones la tristeza de pensar que no ibas a poder disfrutar de nuestros hijos creciendo. Ahí me di cuenta de cuánto te quise hasta caer en que con esa desfachatez tan tuya lograste que me enamorara de nuevo de vos. Ja. Qué paradoja: desde este nuevo lugar nadie te podía hacer sombra.
Los días fueron acumulándose en tu ausencia tan reñida pero cada segundo aportó la calma precisa que dio permiso a elegir el mejor camino a recorrer sin vos, pero en vos como padre en el recuerdo.
Ese camino no es sino con tus amigos, Galindez y son el legado más lindo que les dejaste a nuestros hijos: están siempre abrazándonos con su cercanía. Uno de ellos me dijo al pasar: “Es un gordo ojetudo”. Y capaz que tenga razón: porque tus hijos están bien. María y Juan le juegan a la vida con ganas y te recuerdan a cada momento. Y mis brazos se alargan con los de tus grandes amigos y no me siento tan sola al criarlos.
Hace tiempo que quería escribirte. Pero me abandonaba al pensar ¿escribirte para qué? Y hoy me animé y escribí. Capaz que para sentirte cerca, capaz que para darme fuerzas, capaz que para tratar de ordenar mis conjeturas, mis designios, mis contradicciones… o tan solo para volver a recordar que con vos viví los días más felices de mi vida.

PS: y guay si me ves con alguien dando vueltas por ahí; no te hagas el loco y me mandes un relámpago porque tu amigo más leal ya me dio permiso para conseguir novio. Alpiste.  

No hay comentarios: